sábado, 4 de agosto de 2012

Mear y cagar

MEAR Y CAGAR (1 de 2) 
Proverbios 5:15

Por Wenceslao Vargas Márquez.- Xalapa, Ver.

(Con las disculpas por el epígrafe bíblico pero es que la Biblia es la mejor fuente de epígrafes). 


La literatura universal se ha ocupado de actividades más o menos escatológicas (adjetivo relacionado con las inmundicias) a pesar de la oposición de personalidades pudibundas que no toleran palabras que molestan los oídos, palabras presuntamente altisonantes, palabras más penosas que las que llevaron a la hoguera a la novela Cariátide, a la revista Examen y al escritor (mi paisano) Rubén Salazar Mallén. 



Y fue poco. Si hubiesen conocido a Bukowski. (Creo que la filosofía de Bukowski es la mía. Los mejores placeres físicos son el sexo y leer. Bukowski diría: el sexo, leer, y cagar)  




Para hacer rabiar a los persignados he querido anotar aquí algunos renglones de la literatura y la crónica periodística que han abordado una oportuna discusión. ¿Qué tan bonito es mear o cagar?  Dicho de otra forma: estas dos actividades ¿han merecido estar a la altura del arte? La respuesta es sí.



Ambas actividades eran referidas por mi abuela materna de una manera muy casta: las sustituía por la inocua frase “ir al patio”. Así cualquiera de los nietos que necesitaba ir el retrete necesitaba avisar que tenía que “ir al patio”. A cualquier persona no avezada en estos eufemismos tabasqueños, “ir al patio” le podría suponer un viaje a mirar las flores, viajes bucólicos en que se recorrerían los jardines, pero no. Más bien los cólicos nos hacían correr hacia la letrina. Imagínese el tropel el lector. A un visitante que oyera al niño explicándose se le ocurriría acompañarlo alegando que también quiere ver las flores y los arbustos.




Dividiremos en dos partes el tema de “ir al patio”.



En el tema uno haremos del uno y examinaremos con tapabocas lo logrado. En el tema dos haremos del dos y revisaremos con guantes lo obtenido. Primero el uno y luego el dos, porque está claro que siempre el uno va antes que el dos, excepto en el 21, donde se chinga el uno, dijo el coahuilense Catón citando al filósofo de Güemez.




Empecemos. 




Ir al patio” en Cervantes es hacer aguas mayores y menores. En el capítulo XLVIII de la primera parte, para saber si su amo está encantado, Sancho le pregunta si ha sentido ganas de hacer aguas mayores o menores. Don Quijote no entiende la frase y Sancho se la aclara para concluir en la prueba anotada a principios del capítulo siguiente. Los encantados no comen ni beben ni duermen “ni hacen las obras naturales que yo digo” de manera que si el caballero andante sintió esas necesidades es de concluir que no estaba encantado.



En la segunda parte, Don Quijote defiende el vocablo ‘erutar’ como sustituto del vulgar ‘regoldar’ que usa Sancho a quien le explica: “La gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice erutar y a los regüeldos erutaciones”. Un regüeldo, escribía Quevedo en 1620, es un pedo malogrado; pero sigamos con el uno.



Orinar es tan bonito que esa necesidad fisiológica ha merecido pasar a la historia anotada en la literatura universal. Para la literatura, el siglo XX empezó en 1922 cuando James Joyce publicó un paradigma literario universal: Ulises




En el capítulo XVII se lee acerca de dos residentes de Dublín, Irlanda, que orinan como sin querer (nadie más que Stephen y Bloom, ningún ex presidente mexicano). La narración es la siguiente:


"¿Quedaron indefinidamente inactivos? Por sugerencia de Stephen, por instigación de Bloom, ambos, primero Stephen, luego Bloom, en la penumbra orinaron, sus costados contiguos, sus órganos de micción hechos recíprocamente invisibles por circumposición manual, sus miradas elevadas a la proyectada sombra luminosa. ¿De modo semejante? Las trayectorias de sus micciones, primero sucesivas, luego simultáneas, fueron desemejantes: la de Bloom más larga, menos impetuosa, en la incompleta forma de la bifurcada letra penúltima del alfabeto, él que en su último año en la escuela media (1880) había sido capaz de alcanzar el punto de mayor altura contra toda la fuerza aliada de la institución, 210 estudiantes”. 

Para Pablo Neruda, la orina de su Dulcinea es una "miel delgada" según el poema Tango del Viudo (de Residencia en la Tierra, 1933): "Daría este viento de mar gigante por tu brusca respiración / y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa, / como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada".


Swift, en el primero de los Viajes de Gulliver, parte final del capítulo 5, hace que el gigante Gulliver orine en el minúsculo palacio de Liliput para apagar un incendio en tres minutos. Por cierto que este pasaje está censurado (eliminado) en varias ediciones de los Viajes. Por fortuna, las dos ediciones que tengo narran lo del incendio que es apagado con orines. Excelente.


Rabelais hace que el también gigante Gargantúa (cap. XXXVI de libro I) combata a un ejército haciendo orinar a la enorme burra que lo transporta . No sé de que haya habido censuras de este pasaje de 'diluvio úrico'.




Augusto Monterroso (en Movimiento Perpetuo) relata como un burócrata halla el Edén bíblico en su casa si es capaz de poder leer y orinar con tranquilidad: "Llegas a tu casa y todo está listo y tu mujer con su lindo delantal rosado y su sonrisa ... te sirve de comer sin tardanza ... Te sumerges en una lectura profunda, maravillosa, interrumpido tan sólo por tus propios impulsos, como son, por ejemplo, ir a orinar, o rascarte la espalda".


Por un lado muy distinto (me refiero al cambio de enfoque del literario al político, no al órgano de micción, que es el mismo), los diputados federales también orinan: falta saber si también lo hacen los senadores, los diputados estatales, los miembros (en el sano sentido) del poder judicial, del ejecutivo, además de los candidatos y precandidatos de todo tipo.


Es el caso que el entonces diputado Francisco Peralta Burelo (en El Financiero, noviembre de 1995) se encargó de retratar mediante algunas croniquillas a sus colegas. En su plaquette número cinco de las "Crónicas y Anécdotas de la LVI Legislatura" del 28 de marzo de 1995, hace una sólida y pertinente encuesta parlamentaria:


"¿Cuántas veces orina un diputado?"  


Las respuestas son tan sorprendentes que obligan al lector a sentir ganas de orinar:


"Un chingaral: diez o doce veces", apunta el diputado Sergio Prieto. El diputado Oscar Villalobos dice que "un chingo" porque toma mucha agua. El diputado Fernando Flores Gómez dice también que "un chingo" porque se toma "más de cinco botellas de agua y cafés y tés". "En esa andanada de respuestas –continúa el diario-, hay tres que se aproximan al diputado real, al clásico mexicano: la del diputado Luis Priego Ortiz: "Depende de cuantas veces quiera saludar a un buen amigo"; la del diputado Miguel Lucero: "Depende del interés de la agenda; la vejiga responde a ella"; y la de un diputado anónimo, cuya identidad Peralta Burelo decide guardar: "Yo vengo al baño para desaburrirme: orino para matar el tiempo".  





El reportero del diario se indigna al grado de que también siente ganas de orinar:


"¡Orinar de acuerdo con la agenda! ¿Y estos son los diputados que ganan los cien mil pesos mensuales por abrigar a la ciudadanía? ¿Los que deberían estar atentos a cada una de las propuestas que se dicen en la tribuna, por nimia que sea? ¿Estos, los que prefieren ir al sanitario a desaburrirse?" Nota: el adjetivo 'nimia' puede equipararse a cierta palabra impublicable.


La respuesta a todas estas preguntas es un Sí generalizado, un Sí rotundo porque los diputados también orinan, tienen derecho a orinar. Sí, señor. No faltará alguno que promueva una nueva consigna política: ¡Orinemos, nunca dejemos de orinar! o ¡ se ve, se siente, la orina está presente!


Además, para recordar que somos humanos y que la vida es dura, es real y sin orillas, la literatura universal, como la de Joyce y Monterroso, y las parrafadas municipales, como las mías, hacen bien en incorporar actividades fisiológicas tan primarias al texto que ávidamente escudriñarán el lector y los precandidatos aunque se enojen las damas de la vela perpetua.


Y ahora concluyamos porque –disculpe- tengo ganas de orinar.



(Fin de la primera parte) -

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MEAR Y CAGAR. 2 de 2


Por Wenceslao Vargas Márquez. Xalapa, Ver.

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Decían las abuelas –cuando menos la mía– que soñar con caca significa que uno va a recibir mucho dinero y esta conseja (ampliada a “hablar de la caca”) nos permitirá entrar sin guantes ni tapabocas a un terreno definitivamente fangoso, y antihigiénico: el terreno de las inmundicias, llamada por los griegos skatos, y a su estudio escatología. Hablemos de hacer del dos.




Anotemos primero una pulsión natural y frecuente. Llega uno a un lugar, preferentemente público (hospital, escuela), con el cuerpo en orden, sin ninguna necesidad fisiológica. 

¿No le ha ocurrido al lector que con sólo ver los baños rechinando de limpios, cristales y aluminios pulidos, le invaden unas profundas ganas de cagar?


¿No ha soñado nunca el lector con que defeca ¡en público! ante la mirada atónita de numerosos comensales o de oficinescos compañeros de trabajo?

Alguna vez yo soñé que en una gran oficina iluminada, con grandes ventanales y gran cantidad de empleados, abría el cajón más bajo de un archivero azul de metro y medio de alto y me sentaba a desahogar mis intestinos sobre los expedientes amarillos ante las miradas sorprendidas de los demás oficinistas. 

El sueño crea una angustia interminable. La agonía de cagar en público y la agonía en mi sueño de no tener papel higiénico al alcance. Yo sufrí este sueño y desperté sudando... y sin recibir dinero.


Sudó también un bandolero cuando vio los rifles gubernamentales apuntándole. Se sabe que al Tigre de Santa Julia el ubicuo brazo del gobierno lo atrapó... cagando. La película correspondiente se estrenó en 2002. Desde esa antihigiénica fecha en que cayó preso El Tigre todo el que es sorprendido por un compromiso en el momento de cagar, se dice que es sorprendido como al Tigre de Santa Julia.


Algo similar pudo haberle ocurrido a Marylin Monroe. Una de las más plausibles hipótesis acerca de su muerte en 1962 es que haya sido asesinada mediante la aplicación de una vulgar lavativa.





El francés Montaigne explica que antes de que apareciera el papel higiénico los romanos usaban una esponja –la spongia– unida a un palo para limpiarse el culo. Uno que se quiso matar pidió ir al baño y allí se atragantó intencionalmente con esponja, palo y caca, con tal de no morir en las fauces de las fieras. 



En latitudes mexicanas el bacal –desdentada mazorca del maíz– suple con creces aquel artilugio de imperial clasicismo. Se usaban toneles (añade Montaigne en el ensayo XLIX de la primera parte de sus Ensayos, “Las costumbres de los antiguos”) en las esquinas de las calles de Roma para depositar allí los orines.


En la Nueva España había personal del gobierno dedicado a recoger las heces que nuestros tatarabuelos arrojaban en las calles con el grito de ¡agua va! o ¡aguas!, grito que pervive hasta nuestros días para advertir peligro. 

Hay en los tiempos modernos avisos, como el de obligar al uso del WC en determinados momentos del día. Alguien que se pasó sentado en el retrete mucho tiempo redactó unos contestatarios versitos: “Me causa risa y sorpresa este anuncio estrafalario / pues debe saber la empresa que el culo no tiene horario”.


Francisco de Quevedo y Villegas escribió en 1620 “Gracias y desgracias del Ojo del Culo y defensa del pedo”, donde defiende la tesis de que es más útil el ojo del culo que cualquiera o ambos ojos de la cara. Las desgracias son diecisiete. En la quinta le extraña que un eructo (regüeldo, pedo malogrado), en público, sea reprobado mientras un pedo es aplaudido pues con este último anda la risa y la chacota. 


Encomia Quevedo al emperador romano Claudio César, quien promulgó un edicto autorizando peer, echarse cualquier cantidad de pedos, aunque estuviesen comiendo con él dado que es un acto benéfico para la salud. Se enoja que en las almonedas se invite a pujar porque no le queda claro si invitan a comprar o a cagar. 


Se sabe de personas que viven sin ojos pero no pueden vivir sin ano. 
Pero al parecer esto es mentira porque Luciano de Samosata en Una Historia Verdadera, mil doscientos años antes que Quevedo, describió a los habitantes de la Lunas como seres que carecen de ano. 

Cierto columnista revisa la vida y la obra de John Waters, inventor del cine basura: En un artículo (“La Popó del Guaguá”) se menciona la película Pink Flamingos (1972), donde un personaje “divierte a los demás metiendo y sacando un pedazo de caca de su esfínter a ritmo de rithm & blues”. Son desviaciones preocupantes como la angustia que nos da tapar la tubería del baño de una casa ajena cuando todo el mundo sabe quién usó el baño por última vez. 

En la primera parte del Quijote, don Quijote y Sancho se internan en un bosque para pasar la noche a la intemperie. Hay un ruido enorme que después se sabría que era ocasionado por mazos que golpeaban alternativamente. Mientras esto se llega a saber, Sancho, lleno de un pánico, llega a vaciar sus intestinos acostado muy junto a su amo. 

Don Quijote, “que tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos” y estando Sancho tan junto de él “que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba”, terminó por advertir el desastre fecal diciéndole: “Paréceme Sancho que tienes mucho miedo”. “Sí tengo –respondió Sancho–; mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?”. “En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar –respondió Don Quijote”. 



Tiene el Quijote apócrifo momentos groseros, como el episodio de los gargajos (XXIII) (que sin embargo Quevedo supera con amplitud en una famosa escena del capítulo V del Buscón), o abiertamente escatológicos: "me espantó denantes cuando la vi con tan mala catadura; que había, de la cera que destilaba la colmena trasera que naturaleza me dio, para hacer bien hechas media docena de hachas de a cuatro pábilos" (XXII). 

Pero escatológico también lo es Cervantes en la aventura de los batanes (1, XX). 

Avellaneda puede ser también crudamente misógino: 

Las tetas, que descubría entre la sucia camisa y faldellín dicho, eran negras y arrugadas, pero tan largas y flacas, que le colgaban dos palmos; la cara, trasudada y no poco sucia del polvo del camino y tizne de la cocina, de do salía; y hermoseaba tan bello rostro el apacible lunar de la cuchillada que se le atravesaba" (XXIV)


García Márquez, en una novela, hace que un personaje (no recuerdo cuál) diga que ¿Rubén Darío? "escribe cosas muy bonitas con la misma mano con que se limpia el culo". Freud ha estudiado las implicaciones del control de esfínteres y del dominio infantil sobre el bolo fecal de manera tal que si usted es sicólogo o profesor(a) normalista afiliado al SNTE está perfectamente al tanto de las implicaciones del caso. No ocurre lo mismo con el control de esfínteres en adultos que logran peer a voluntad.



Peer, dice el incorregible diccionario Larousse, es un verbo originario del latín pedere que se conjuga como creer (¡qué comparación!). Significa despedir pedos, y pedo (lat. peditum) es una ventosidad que se expele del vientre por el ano. Hay quienes peen a voluntad y Montaigne en sus Ensayos escribe acerca de alguien a quien conoció en su época y que lograba entonar largas sinfonías ¡cacofónicas!




Rastrear la etimología de la palabra más desagradable (?) en el título de la obra de Quevedo ha sido difícil: “culo” parece ser pariente, como colon, de culleus, un saco en que asfixiaba al parricida, proveniente del latín culus y del griego koleión, vagina o funda. Mierda viene del latín merda, que ya en su origen significaba excremento. 


En 1860, el senador estadounidense George M. Willing bautizó con el nombre de Idaho a un estado de la Unión Americana, aduciendo que dicha palabra indígena significaba “perla de la montaña” cuando en realidad –descubrió un crítico de los que siempre están chingando– su significado es “mierda de búfalo” según cierto sitio en la red.

Sorete o serote es un trozo de mierda sólido y continuo y su etimología es quizá ¡del griego serites!, montón, o quizás de zurullo a través de la voz lunfarda soruyo. Una interjección violenta en inglés es Shit¡, en francés ¡Merde alors¡, en el castellano de España, mecagonlostia.


En la Antología de Relatos de Retrete de Ernesto Maruri se lee: No vayas al retrete si te estás cayendo de sueño, ni te metas en la cama si no aguantas más las ganas de cagar. En el primer caso, te dormirías cagando, y en el segundo, te cagarías durmiendo”. 


En Gog, de Giovanni Papini, un músico peedor implementa variaciones musicales con salva sea la parte, o sea, con el culo. Leopold Bloom, en el Ulises de Joyce, se deleita con los olores que ascienden del retrete mientras caga. En el capítulo 13 se masturba; en el 17 orina. Su mujer Molly lo espera meditando acerca de la menstruación. Jonathan Swift –cita cierto suplemento cultural– se mete en los intestinos de Celia cuando exclama: “Oh¡ Celia, Celia, Celia shits!”.




El párrafo aparece también en el capítulo 83 de la Rayuela de Julio Cortázar: 

"Al  final  de  lo  que  Balzac  hubiese  llamado  una  orgía,  cierto  individuo  nada metafísico   me   dijo,   creyendo   hacer   un   chiste,   que   defecar   le   causaba   una impresión de irrealidad. Me acuerdo de sus palabras: «Te levantás, te das vuelta y mirás, y entonces decís: ¿Pero esto lo hice yo?» (Como el verso de Lorca: «Sin remedio, hijo mío, ¡vomita! No hay remedio.» Y creo que también Swift, loco: «Pero, Celia, Celia, Celia defeca.»)
 

A mediados del siglo XVI, en Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, capítulo XIII del libro I, Gargantúa descubre la mejor manera de limpiarse el culo: con un pollo, una cría de ganso muy emplumada. 

Leamos a la mejor cumbre de la literatura francesa:


Hacia finales del quinto año, Grandgousier, de vuelta de la derrota de los canarienses, visitó a su hijo Gargantúa. Allí se alegró tanto como correspondía a un padre que tenía tal hijo, y, abrazándole y besándole, le interrogó de diversas maneras sobre cosas pueriles. Bebió mucho con él y sus ayas, a las cuales preguntaba con interés, entre otras cosas, si le habían llevado siempre limpio. A lo que Gargantúa respondió que él había tomado tales disposiciones, que no existía en el país muchacho más limpio que él.

–¿Cómo ha sido eso?

–He inventado –respondió Gargantúa–, tras larga y curiosa experiencia, un medio de limpiarme el culo, el más regio, más señorial, más excelente, más convincente que jamás se haya visto.

–¿Cuál?– quiso saber Grandgousier.
–Os lo voy a contar ahora –repuso Gargantúa–. Me limpié una vez con un paño de terciopelo de una doncella noble con el que se tapaba la nariz y la parte inferior de la cara y me agradó, porque la suavidad de la seda me daba mucho gusto en el ano. Otra vez lo hice con una caperuza y me sucedió lo mismo. Otra, con una pechera. Otra, con unas orejeras de raso carmesí; pero la dureza de un montón de pelotillas de mierda que allí había me desolló todo el trasero. ¡Que el fuego de San Antonio queme la morcilla cular del orfebre que las hizo y de la doncella que las llevaba! Se me pasó ese mal limpiándome con un gorro de paje adornado con plumas a la manera suiza.
“Después, al cagar detrás de un zarzal, encontré un gato nacido en el mes de marzo, y me limpié con él; pero sus uñas me ulceraron todo el perineo. De esto me curé al día siguiente limpiándome con los guantes de mi madre, que olían a sexo de mujer.
“Después me limpié con salvia, hinojo, aneto, mejorana, rosas, hoja de curga, col, acelga, parra, malvavisco, verdasco (que es la escarlata del culo), gordolobo, lechuga y espinaca –todo lo cual me produjo mucho efecto–, mercurial, persicaria, ortiga, consuelda; pero tuve disentería, de la que me curé limpiándome con mi bragueta.
“Después me limpié con las sábanas, la manta, las cortinas, un cojín, una alfombra, un mantel, una servilleta, un pañuelo para los mocos y un peinador, y todo eso me daba tanto gusto como el que sienten los roñosos cuando les quitan la roña.–
– Pero, en fin, ¿qué es lo que te parece mejor para limpiarse el culo?– preguntó Grandgousier:
– A eso iba –respondió Gargantúa–. Pronto sabréis el tu autem. Me limpié con heno, paja, estopa, borra, lana, papel. Pero:

Los cojones siempre ensucia /Quien su culo con papel limpia.

            –¡Cómo, mi pequeño cojón! –exclamó Grandgousier–. ¿Has bebido, puesto que sabes ya rimar?
–Sí, rey mío –contestó Gargantúa –, rimo tanto como eso y más, y a veces rimando me resfrío. Oíd lo que dice nuestra letrina a los que cagan:

Cagón, Petardo, Mierdosa
Tu grasa, Que se escapa,
Se esparce Sobre nosotros.
Cochinos, Mierdosos, Que los soltáis gota a gota.
¡El fuego de San Antonio te queme
Si todos Tus agujeros cerrados
No te limpias antes de irte!

– ¿Queréis más todavía?
– Sí – respondió Grandgousier
– Pues ahí va– dijo Gargantúa.

RONDÓ
Anteayer, cagando, olí
El tribuno que a mi culo debo;
El olor fue tan ingrato,
Que fétido del todo me hizo a mí.
¡Oh, si alguien hubiera consentido
en traerme una mujer que yo esperaba
cagando!
¡Porque yo le habría tapado
Su agujero de orina a mi rústica manera;
Si ella con sus dedos hubiera
Desalojado mi agujero de mierda
cagando!

           –Decid ahora que no sé nada. Por la mierda, que yo no los he hecho; pero de oírlos recitar a la gran dama que veis aquí, los he guardado en el talego de mi memoria.
-Volvamos a hablar de lo que hablábamos antes.
–¿De qué? –preguntó Gargantúa–. ¿De cagar?
– No, de limpiarse el culo.
–¿Me pagaréis un tonel de vino bretón si os dejo sin saber qué responder?
– Sí, te lo prometo.
– No hay necesidad de limpiarse el culo, sino cuando hay caca. No puede haber porquería si no se ha cagado. Así, pues, hay que cagar antes de limpiarse el culo.
–¡Oh! –exclamó Grandgousier–. ¡Qué buen juicio tienes, muchachito! Uno de esto días haré que te gradúen de doctor en La Sorbona, porque, ¡pardiez!, tienes más razón que edad. Sigue hablando, te lo ruego, sobre los medios de limpiarse el trasero, y, ¡por mis barbas!, te daré no un tonel, sino veinte, de ese buen vino bretón, el cual no se produce en Bretaña, sino en ese gran país de Vernon.
–Me limpié después con un bonete, una almohada, un pantuflo, un saco, una cesta… ¡qué desagradable para el culo…! y después con un sombrero. Y reparad que hay sombreros pelados, de pelo, terciopelo, tafetán y raso. El mejor de todos es el de pelo, porque hace muy buena abstersión de la materia fecal.
“Después me limpié con una gallina, un gallo, un pollo, una piel de vaca, de liebre, de paloma, un cormorán, un capuchón, una toca, un señuelo en figura de pájaro.

Cría de ganso para limpiarse el culo,
la solución de Gargantúa.
Pero, en conclusión digo y mantengo que, para limpiarse el culo, nada hay como una cría de ganso con plumón suave, con tal de que uno lo tenga con la cabeza entre las piernas. Y creedme por mi honor, pues se siente en el ano un deleite mirífico, tanto por la suavidad de ese plumón como por el calor templado del ganso, el cual se comunica fácilmente a la morcilla cular y otros intestinos hasta llegar a las regiones del corazón y del cerebro. Y no creáis que la bienaventuranza de los héroes y semidioses que viven en los Campos Elíseos esté en su asfódelo, en la ambrosía o néctar, como dicen las viejas de por aquí. Paréceme a mí que está en que se limpian el culo con un pollo de ganso, y ésta es la opinión de maese Juan de Escocia".

Y con esta frase termina el capítulo XIII del libro I de Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, edificante diálogo entre padre e hijo donde queda claro que al ir a cagar no hay que llevar el industrializado y yanqui papel higiénico en rollo sino la cría de ganso que ya se dijo. 

MI ejemplar de Domar a la divina garza
Una novela del escritor xalapeño (de Puebla), Sergio Pitol, Domar a la divina garza, está dedicada íntegramente a una aventura escatológica donde unos personajes presencian la aventura antropológica donde una multitud, que se reúne para el efecto, se pone a cagar en público, bajo estricto ceremonial. El personaje La Divina Garza se llama realmente Marietta Karapetiz.   

En la p. 189 leemos: 


"A un lado del río se instalaron los retretes para las damas principales".

En la 192: 


"Con cortesía refinada y natural, fruto seguro de una antigua cultura, la dama poderosa asistió al joven indígena que hacía las veces de santito y lo ayudó a sentarse sobre la bacinica de plata que había transportado. Con voz lenta y cadenciosa, vocalizando con esmero cada sílaba, ambos fueron recitando la plegaria:

¡Sal mojón / del oscuro rincón!
¡Hazme el milagro / Santo Niño del Agro!
¡Cáguelo yo duro / o lo haga blandito /
a la luz o en lo oscuro / sé mi dulce santito!
¡Ampara a tu gente / Santo Niño Incontinente!


Aquella multitud de dolientes, acomodada sobre una inmensa variedad de recipientes: bacinicas, latas de manteca o de petróleo, braseros, soperas, cubetas, palanganas, platos, cajas de zapatos, o aun modestos trozos de hoja de plátano, repetía con unción, con fe, con esperanza, la inspirada plegaria.
(...)
Durante varias horas la imploración fue una y otra vez, hipnótica, machaconamente.
(...)
Imagen gracias a mi amigo I.LH.
(p. 195) ¡El asco que sentí en esa ocasión! ¡Puaff! ¡Sólo recordarlo me hace sentir náuseas! Consiento en que aquellas ceremonias puedan tener cierto encanto rudo, un perfumillo a establo a boñiga, que podría resultar estimulante a las personas que gustan de los placeres fuertes. Nostalgie de la boue, llaman a eso los franceses. Pero no todos somos pájaros del mismo plumaje. Hay grajos y urracas, pero también hay ruiseñores. La tarde de ese día se convirtió en un desborde grandioso de inmundicia: fetidez, mierda por todas partes, moscas del tamaño de un huevo.
(...)
Yo no veía sino a una masa fanática y aturdida, ebria de sol y de malos olores, colocada en posiciones grotescas, víctima de cólicos atroces, mientras a su lado pasaban jugueteando los monos, también ellos asqueados, tapándose las narices, chillando como demonios, tratando de exorcizar, ¡los pobres!, el espectáculo lamentable de aquella humanidad envilecida"

Hasta aquí transcribo a Pitol para invitar a que lean la novela. Yo me quedo con que la trama radica en la aventura en la que Dante de la Estrella busca domar las mentiras de la Divina Garza, antropóloga que estudia esa costumbre, la costumbre de cagar en grupo y en público. Es mi dictamen de lector a pesar de los análisis como del de Geishel Curiel Martínez (UNAM) o Leticia Mora Brauchli (Southwstern University) y otros muchos que la han analizado.

Yo mero, minutos antes de publicar. 
Cagar no es más importante que echarse pedos. Un autor del siglo XVIII, Hurtaut (1719-1791), así lo sostiene en su obra El arte de tirarse pedos, ensayo físico-teórico y metódico de 1751, cuya portada vemos enseguida de una edición original en francés de 1776:

El arte de tirarse pedos, 1776.
 Hay por supuesto una edición moderna:

Portada de una edición actual

Otro similar se debe a Salvador Dalí: El arte de tirarse pedos o Manual del artillero socarrón, por el conde de la Trompeta, médico del Caballo de Bronce, para el uso de personas estreñidas.

Y ahora dejamos el presente texto hasta aquí porque siento que alguien, algún lector, algún internauta, huele y, como Sancho Panza, no a ámbar sino a cacaPara no pasar vergüenzas empezaremos por revisar los zapatos, no los calzones. Déjenme revisar las suelas.

Rápido, por favor, porque me dieron, de pronto, unas enormes ganas de cagar.

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Wenceslao Vargas Márquez.
Xalapa, Ver.